Comentario
Fue el peor librado de los sectores económicos, pues a sus males seculares (falta de capitales, de mano de obra especializada y de buenas vías de comunicación, y grandes bolsones de población autosuficiente) se unió el énfasis de la Corona en evitar la aparición de industrias que compitieran con las metropolitanas. Aparte de los semitransformados de carácter agrícola (azúcar, añil, tabaco, etc.), las bebidas alcohólicas y algunos aspectos artesanales (platería, muebles, arneses, etc.), sólo pueden citarse las industrias de tejidos y de construcción naval.
La producción de tejidos burdos entró en decadencia como consecuencia de la introducción del contrabando anglofrancés. Los obrajes no pudieron soportar la competencia de los elaborados en las fábricas industriales europeas. Simultáneamente se produjo un cambio de moda, sustituyéndose las telas de lana por las de algodón, más apropiadas para la mayor parte de los climas hispanoamericanos. Sólo subsistieron los obrajes que pudieron suministrar tejidos para los centros mineros. En México fueron desapareciendo los de San Miguel el Grande, Puebla, Oaxaca, Valladolid y Guanajuato, permaneciendo los de Querétaro. En esta última localidad y en Puebla empezaron a construirse telares industriales para la elaboración de tejidos ligeros de algodón, lo que salvó su industria textil. A fines de siglo, Querétaro tenía 200 telares y habían surgido otros centenares de ellos en Puebla, Celaya, Santa Cruz, León y Salamanca. En Perú ocurrió algo similar, decayendo los obrajes tradicionales de Cuzco, Oruro, La Paz y Chuquisaca (pese a lo cual había unos cien de ellos a fines de siglo) y creándose industrias de tejidos de algodón en algunas regiones como Arequipa y Huamanga. En la primera de estas localidades funcionaba, en 1790, una fábrica de 68 telares que producía 125.000 varas de tocuyos o telas de baja calidad. Los textiles quiteños tuvieron una decadencia menos estrepitosa por encontrarse entre los centros mineros del Perú y el Nuevo Reino de Granada. Desde 1788 entró en crisis el mercado peruano y los quiteños vendieron sus paños a los trabajadores de los placeres auríferos neogranadinos. El problema era que estaban ubicados en tierras calientes, donde eran más apetecidos los tejidos livianos. Tyrer ha señalado que hacia 1780 había aún en Quito unos 125 obrajes, lo que representaba el 74% de los 169 existentes en 1700. Esos 125 obrajes tenían unos 6.000 trabajadores. En 1804-5 subsistían todavía 25 obrajes en Latacunga, 12 en Quito y 11 en Riobamba.
En cuanto a la industria naval, estuvo protegida por la Corona a través de sus ministros Patiño, Campillo y Ensenada. Se fabricaron buques en casi todas las colonias, pero principalmente en Cuba y Guayaquil. La Habana construyó 115 navíos en el período 1724-1800 destinados a la Armada de Barlovento y las flotas de Nueva España y Tierra Firme. Guayaquil construyó cuatro navíos para la Armada de la Mar del Sur, así como numerosas embarcaciones menores, y fue el centro de carenado de los navíos del Pacífico Sur.